Con motivo de celebrarse cada 21 de marzo el Día Mundial de la Poesía, desde la Fundación Cultural Lado B queremos compartir una selección de poesía relacionada al Premio Luna Insomne para Jóvenes Poetas. Acá les compartimos textos de Alexis Gómez-Rosa y Rafael Román Féliz, poeta homenajeado y ganador, respectivamente, en la primera edición del Premio Luna Insomne para Jóvenes Poetas 2016; René del Risco Bermúdez y Anthony Alexander Henríquez, poeta homenajeado y ganador en la segunda edición del Premio Luna Insomne para Jóvenes Poetas 2017. Además, poemas de Aída Cartagena Portalatín, icónica poeta dominicana a la que dedicamos (¡primicia!) la tercera edición del Premio Luna Insomne para Jóvenes Poetas 2018.
¡Que tengan buena lectura!
Poemas de Alexis Gómez-Rosa
La palabra vulnerada
Seca, la garganta
en el bosque sucumbe;
árbol, lágrimas del árbol
que sostiene a los muertos.
Sobre la tierra el hombre
baja contra su pecho la cabeza,
sube: si arrastra, como Sísifo,
la dolorosa piedra
de su orfandad, pregunto.
Hombre, árbol, silabario,
cenizas del hombre.
En el bosque una luz muere,
la palabra: seca en la garganta
sucumbe. Al interior del árbol
un pájaro solitario atraviesa
el corazón de la isla.
Naturaleza de ojo sorprendido
–El río–
Blancos sus rizos
en agua trenzados, blancos sus largos
dedos, sin terminados
de uñas.
Saltando sobre las piedras, blancos
sus peces fabulosos.
–El bosque–
Llenos de un noble
vagido milenario,
asómanse los árboles de amar,
árboles facultativos.
Acercados a mí,
asustadizos,
vislumbro a Eva dormir
yarey abajo;
Adán, meditabundo,
otra página
quisiera escribir.
–Los pájaros–
Inmensidad azul, jaspeada,
salobre chapoteo
de espumas y cristales.
Sobre la mar los pájaros,
crecidos contra el cielo,
pían,
pían,
pían,
En su mágico esplendor de espejos
y relámpagos,
nubes fidedignas.
Abraxas
Escrita en el camino
gime la sangre, la vida;
las preguntas que el tiempo
arrastra se tejen en voz baja
ocultando su intranquila
presencia de hojarasca. Escrita
en la tierra nos desquicia
la sangre, los nombres
que se refugian bajo
el innominado palio
de muerte sorprendida;
el curso de las máscaras
y los días que acordonan
la flor saxífraga del sepulcro.
Porque, verdad a cuento,
¿en cuál rincón del camino
no desprende la sangre
la viscosidad de su tufillo?
Poemas de Rafael Román Féliz
Insurrección
Días vociferan gastados desde lejanas latitudes. Calendarios vacíos peregrinan sin vida, el mar se repite tantas veces su estruendosa oquedad, esperando la ciudad que venga hacia él. Los mismos pájaros de siempre recorren el cielo hecho de cadáveres. Estatuas con ojos de cemento vigilan, no verán jamás la tierra. Estas estatuas profundamente dormidas en su alquimia de bronce y utopía, profundamente incógnitas en las sombras del cosmos, eternamente ahogadas en un desierto de naipes esparcidas, carcomidas por siglos y siglos de segundos.
Cualquier día como hoy se puede morir. El cielo apenas es un reloj que se escurre, las aves seguirán en sus kamikazes saltos al agua acechando los peces que charlan en tertulia. Una tímida columna de ángeles brota en las vísceras de un sol tenue y cobrizo. Esta especie agresiva que involuciona y cuestiona, se sumerge en ese mar de prisa, ese mar acostado sobre el horizonte con sus alas de agua y espuma envejecidas.
Diccionario para occisos
Languidecen esas piedras, esperan mi vuelo al ras de las olas. Toda soledad resulta inmensa desde la tarde, otros han elegido ir a los fríos y oscuros fondos abrazados ¿Qué escombros circundan tu oquedad martirizada? ¿Cuáles ruinas hacen del barro iracundo una quimera? Ya toda voz que inverna en estos espacios es verbo de sarcófagos, manuscritos incomprensibles, diccionarios para occisos.
El silencio es objeto yerto que hiere el alma. El ebrio suplicio donde la nada obtiene su color más denso, irradia la resistencia de la cúpula a ser víctima de su egocéntrica forma. Tontos aquellos bufones mediadores del averno que saltan a la desnudez más promiscua, sin saber la inmediata e inmaculada terquedad del mito asola. Nunca gritaron soledad mis ojos, la impaciencia incinera insolente el umbral, en la pared del agua mi existencia no será. Mariposas oscuras granan a vapor el aire imantado al rostro tétrico.
Alma de cántaro vacío
Tras la ventana se acerca la grisácea mirada del día. Retornan las gotas como un lerdo vapor de hojas sobre las diminutas horas. Ese cielo, jardín de espumas profundamente redondas y transparentes; nubes que reman durmiendo en su sueño de agua el barro del camino. Orilladas encima de la isla, las miríadas de las mariposas se cuadriplican, se yerguen ahora tranquilas en el silente tictac de sus alas, acantonadas sobre el día recién humedecido.
Heridas de las primeras lágrimas, que se internaron agudas en el polen desde lo alto. El imprescindible mañana sin el cual el día no puede suceder. El mítico astro con sus sábanas de cenizas hasta el cuello, la isla, de banderas mojadas y días sin clases en las escuelas. Dueña de truenos y relámpagos sórdidos, de grandes barcos de papel destruidos frente a los ojos de la hormiga, de la hoja que sirve de trapecio a la gota que en ella hace escala. Bajo la incesante lluvia, todos somos pájaros volando de prisa. Aterrados de las vocales voluminosas de la humedad, son más sonoras. Humedad que trota inverosímil en los puños cerrados de las estatuas.
Voy con el alma como un cántaro vacío.
Poemas de René del Risco Bermúdez
Belicia, mi amiga…
Belicia, mi amiga,
tú y yo debemos comprender
que estamos en el mundo nuevamente…
Bajo los pájaros, junto a los vendedores,
entre alegres muchachas
con trajes adornados.
Estamos nuevamente en la ciudad,
en las provincias,
leyendo los periódicos,
seleccionando perfumes y corbatas,
gesticulando festivamente
como pequeño-burgueses…
Belicia, mi amiga,
tal vez debamos ya cambiar estas palabras.
Atrás quedaron las humaredas y zapatos vacíos,
y cabellos flotando tristemente…
Ya no son tan importantes los demás,
ni siquiera tú eres tan importante;
podemos marcharnos, separarnos,
y nadie lo reprochará por mucho tiempo,
ni siquiera tú, Belicia.
Estás nuevamente en la ciudad,
entre los parques y las cafeterías
y los grandes anuncios de los
cinematógrafos.
El sol nace entre los árboles cada día,
y los hombres salen a la calle
con trajes y espejuelos,
otros lustran sus automóviles,
y tú, con una cinta perfumada
recoges tus cabellos encima de la nuca…
Todo es distinto a lo de ayer.
Ahora tú puedes enfadarte conmigo,
cantar simples canciones,
viajar a tu pueblo entre la brisa…
Y yo podré tranquilamente comprar un
libro,
preferir tranquilamente estar en casa.
Pero no podremos otra vez
estar de manos sobre aquella ceniza,
ni nadie contestaría tus preguntas
acerca de la muerte en los tejados…
Porque hemos regresado, Belicia.
Ahora paseamos junto a los jardines
y discutimos de otras cosas,
y yo no admito tu dureza,
y tú descubres mi egoísmo
y en fin, Belicia, amiga mía,
ya los demás no son tan importantes
y tú y yo debemos comprender
que estamos en el mundo nuevamente…
La mañana
Esto es apenas la mañana.
Una rápida voz, algún pájaro
erguido unos instantes
sobre el cordón eléctrico…
La mano fresca encendiendo la radio,
suavemente,
el pescado, como una espada azul,
en medio de la cesta…
Vendrá una voz después,
la voz de una mujer
que ofrecerá su cuello,
su amistad,
pero que seguirá nerviosamente entre
nosotros.
En tanto, esto es apenas…
Las letras negras en el diario,
la camisa de la noche anterior,
y el café, cuando en la mecedora
tratamos de ordenar
rápidamente nuestros pasos…
Luego, una palabras,
las escaleras…
El día avanzando
entre colores brillantes
y las voces…
No estaremos tú y yo…
No estaremos tú y yo
para cortar con nuestros rostros
la llovizna.
Para soltar una paloma,
y que ésta vuele con el perfume de tu anillo
entre las alas…
No será tu índice,
tu dedo índice que muerdes
en algunas horas de tristeza;
no será tu voz trepando estos viejos muros
de la ciudad
en los que alguien escribió su nombre
alguna vez,
alguna vez,
alguna tarde polvorienta
de un verano de árboles decididamente verdes.
No habrá dulzura de tus ojos
para llenar el cielo
en un gesto hacia atrás, de tu cabeza.
Las sucias esquinas en donde se amontonan
periódicos y restos de cigarrillos,
tú y yo
y la cámara Instamatic,
los sellos de correos con la efigie de Kennedy,
todo ese mundo reflejado
en hermosas postales,
en esas fuentes a las que los turistas
arrojan monedas
y luego asoman con una sonrisa deforme
entre las aguas,
no será nuestro mundo,
el mundo donde VietNam
es algo más deprimente aún
que cuatro páginas de Life
en un verde extrañamente militar
y echarnos ron y soda
y tres cubitos de hielo dentro del vaso,
y alzando la barbilla decimos: “O’key, ¿y entonces qué?”
No será ya más nuestro mundo,
porque desde mucho antes
habremos dejado de ver los nuevos edificios
de quien sabe cuántos pisos
en donde necesariamente habrá alguna librería,
ni sabremos que la energía nuclear
quedará reducida a usos perfectamente simples
para entonces… en este mundo no estaremos tú y yo.
No iremos a ver una pelea de Teo Cruz
un sábado en la noche,
ni te retocarás el peinado
a la salida de un cinematógrafo.
Porque no estaremos tú y yo
para amarnos de este modo suicida
en que lo hacemos,
ni tendrás esos ojos que hoy pueden ver
el Lincoln Center,
la Plaza Roja,
el Astródomo de Houston,
y llorar una mañana camino a tu trabajo
en una avenida llena de árboles y carros…
Otras muchachas vendrán con veinte años
y la cartera llena de lápices de labios,
y el café de las cinco en la calle El Conde
será para otros jóvenes que no tendrán por qué recordarnos
cuando Rusia haya enviado su nave 240
con pasajeros a la luna.
Entonces, los satélites CCCP y USA,
“sin llorar jamás desde sus órbitas”
estarán a muchos miles de kilómetros
por sobre la cabeza de otros amantes
despreocupadamente alegres
que en las calles del mundo
cortarán con sus rostros la llovizna
y llorarán, tal vez,
por alguien que murió con un tiro en la frente
en algún sitio. Otras muchachas vendrán, otros amantes,
que cantarán en Grecia por las noches
o irán a los teatros de Moscú, de Praga,
Lima, Chile, Buenos Aires,
se estarán aquí tristemente con las manos cogidas
pensando en que mañana todo concluirá
con un gran estallido.
Pero ya, antes de todo eso,
habrán muerto millones de soldados
en la primera plana de los diarios,
el hambre habrá perdido su importancia,
los Beatles, Paulo Sexto,
el KuKluxKlan,
estarán enterrados para siempre
junto con las declaraciones de guerra,
los delegados de la ONU,
y las muchachas que, como tú,
perderán lentamente la sonrisa
y morirán también
en las últimas tardes de un tiempo
en el que tuvimos nuestra correspondiente parte
de llanto, de miedo, de alegría…
Resulta, en cambio, simple esta verdad:
¡No estaremos tú y yo, sencillamente…!
Poemas de Anthony Alexander Henríquez
Linus Pop
Somos río
primera estación
(Fragmento)
No toquen ese dial, ahora es que estamos empezando.
Silent Hills
Esta es la sinopsis de una historia, no es toda la historia. Él es quien cuenta la historia, pero no participa en ella. Este es el tipo de historia detrás de la historia, de por qué un cobarde como él terminó volviéndose un mártir. Este es el tipo de historia trágicamente eterna, de esas que se discuten por unos años y luego son olvidadas para siempre. Esta es una historia que normalmente se consideraría una aventura; una historia sobre dioses y humanos conviviendo en la tierra prometida, pero también es la historia de una tierra baldía, una tierra donde no hay una moral o una enseñanza definida; una tierra donde nadie sabe realmente dónde comienza o dónde termina; donde el final es algo que se anhela pero que nunca se alcanza; un comienzo que se busca, pero jamás se obtiene, manteniéndose igual, para siempre. Si cuento esta historia, ¿podré decir que la estoy contando por ellos? ¿Podré decir que he contado esta historia, que he contado la historia de todos en el mundo, solo por ellos?
Mi nombre es Linus. Soy un viajero de caminos sin transitar, observador de lugares que no se ven, el último caminante en un mundo engullido por la eternidad. Vivo esta vida ociosa a través de una memoria borrosa, y cada día es un despertar lento, enclavado en un sonido; cada día es un paso tranquilo que avanza como cazador empedernido. Este es el primer día de primavera, embarazado de magia como un alquimista, cuando las hojas son restregadas por el viento, y las flores giran bailando con los insectos; cuando el aire desintoxica el hechizo venenoso que llena de polvo mi cuerpo.
Tan pronto como despierto, veo un árbol particular que se levanta como una torre majestuosa. Aunque su cima me parezca tan inalcanzable como la luna en el cielo, no puedo evitar pensar que, si la alcanzo, seré capaz de proporcionar un sentido a mi celo. Caminar hacia el árbol era mi desorientada monotonía; el único ritmo que mi cuerpo admitía. De esa forma me muevo a través de la madriguera del tiempo, sabiendo que el alba y el ocaso no son el comienzo ni el fin del camino, sino apenas la semblanza del destino, y para cumplir mi acometido estoy obligado a seguir en este curso, sin mirar atrás o rastrear las huellas dando cuenta de dónde he venido.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que empecé este viaje? No es que me abstenga a decirlo, es más bien que no puedo recordarlo. Es una tontería, ya que normalmente no existiría tal cosa como un viaje que nunca termina; porque cuando llega el momento, incluso la peor pesadilla culmina.
Ciertamente era un día inmenso en la tenebrosa atmósfera de tener que vivirlo. Yo era apenas un fantasma de esos que viajan sin objetivo, y en este mundo mi viaje tenía que ser insignificante, como el de una hormiga dentro de un terrón de azúcar que busca endulzar el océano con un río. Yo caminaba. No podía hacer otra cosa que caminar. Era como la madera triturada por el fuego en una fogata que lentamente se consume con el vaivén del mar; y las manos buscando calor como los becerros que sacan leche de las ubres.
Yo caminé por un bosque en cuyas ramas reposaban avecillas, cada una germinando los colores, millones de diferentes tonos, de múltiples combinaciones; mezclando las posibles variaciones, creando un sinnúmero de imperfecciones. Mi mirada flotaba por el extenso sendero, disolviéndose en la esencia de un huevo que ocluye formando el destino, ilustrado por la luz y las descendencias de un trágico cielo, y no sabía alrededor de quién giraba mi mundo, pero estaba seguro de que el sol no era el centro del universo.
Luego me quedaba dormido en la estela de un sueño inquieto, y despertaba intentando reconstruir algo desde cero; una memoria desconcertante, cosas que creía conocer; que lamentaba conocer, que esperaba no volver a ver, nunca jamás.
Al amanecer ya otra vez estaba caminando. Caminaba y respiraba con una presión aglutinante en el pecho. Sin reproche, sin que nadie me dijera nada, escuchando los árboles reír con el viento, estrujando en sus hojas los secretos; confinándome a un abismo del cual me parece imposible volverme, y mucho menos enmendar un puro deseo; ¿qué es lo que deseo?
Me comienzan a doler los pies, esos que siempre estuvieron sintonizados a las ondas del camino; me dolía el sudor que mojaba mi frente; y los ojos que veían pistas en el horizonte, sin saber que estaban más cerca, las ramas, las estrellas, o los sueños.
Hablando solo con una voz cada vez más cansada, emitiendo sonidos cada vez más ininteligibles, convenciéndome de hacer una corta parada en un río, y escuchar cómo mi otro yo en el reflejo ondulante me hablaba: «No bebas del río. No confíes en el agua del río, no busques el río», y continué mi camino siguiendo señuelos imaginados como paraísos, como espejismos en el desierto, pensando que cada paso me acercaba al arrollo ondulante de otro río, uno más podrido, uno más envenenado; uno que correría detrás de mis párpados cerrados, dentro de mi cuerpo, en la soledad de mi interior.
La anticipación me mataba. ¿Por cuánto tiempo tengo que seguir andando? Me hice la pregunta innumerables veces, cada una tratando de aclarar mi mente de la fatiga que como un extraño delirio me abrumaba.
Poemas de Aída Cartagena Portalatín
Ausencia tuya nunca ha estado sola:
tu recuerdo es el pasaporte de mis viajes.
Si tu ausencia fuera la ausencia de los otros,
y te presintiera como estrella lejana, vacilante,
entonces, no sería tu ausencia la ausencia,
sería el dolor de la muerte.
Tu palabra fue más que una palabra
y te hice ídolo en mi templo en llamas,
donde estaremos hasta siempre… la muerte!
Si tu ausencia no se hubiera eternizado,
como una luz o una sombra,
yo no estaría ausente.
En un continuo viaje iría hacia ti,
persiguiendo tu presencia.
Viento entre las hojas
El viento entre las hojas es un niño loco.
La danza de las hojas que caen es la danza
de la muerte.
Pierden alma con el color.
Las ramas, aldeas de los árboles…
El sueño de un amor durmió sobre las hojas;
En una locura de volver a nacer
fertilizan la tierra.
En la tarde ellas tienen sueños crepusculares.
Poema de tu olvido
El alma en una mansión de nieve,
el traje de la palabra dejó desnuda la ausencia
y tu nombre era innombrable,
por que había naufragado
en la playa de unos labios desiertos.